Tu bebé no “aprende” a moverse de un día para otro
El desarrollo motor no ocurre por casualidad.
Tu bebé no se despierta un día sabiendo rodar, gatear o ponerse de pie.
Su cuerpo sigue un plan interno perfectamente diseñado, que empieza a funcionar desde antes de nacer: los reflejos primitivos.
Los reflejos primitivos: el primer entrenamiento del cuerpo
Nada más llegar al mundo, el bebé se mueve guiado por movimientos automáticos e involuntarios.
Son los reflejos primitivos, respuestas que el sistema nervioso pone en marcha para protegerlo, ayudarlo a sobrevivir y comenzar a conocer su cuerpo.
Reflejos como el de búsqueda, succión, Moro, prensión o tónico-cervical son los primeros ejercicios del cerebro y del cuerpo.
A través de ellos, el bebé empieza a experimentar:
Su propio cuerpo y sus límites.
La fuerza de la gravedad y el equilibrio.
El placer del movimiento y del contacto.
La coordinación entre lo que siente y lo que hace.
Cada reflejo activa una parte del sistema nervioso y sienta las bases para los movimientos voluntarios que llegarán después.
Del movimiento reflejo al movimiento intencionado
Poco a poco, esos movimientos automáticos van madurando e integrándose en el sistema nervioso.
El bebé gana control, estabilidad y consciencia de su cuerpo.
Así, los reflejos dejan paso a acciones cada vez más coordinadas y voluntarias.
Cada pequeño paso en el desarrollo motor tiene un propósito:
Sostener la cabeza: fortalece cuello y tronco, y permite explorar el entorno visualmente.
Rodar: enseña al bebé a cambiar de posición, descubrir la causa-efecto y ajustar su equilibrio.
Alcanzar un objeto: mejora la coordinación ojo-mano y la planificación motora.
Sentarse: aporta estabilidad y autonomía para explorar.
Gatear: integra hemisferios cerebrales, refuerza el control postural y prepara para la marcha.
Ponerse de pie y caminar: abre la puerta a un mundo nuevo de experiencias, lenguaje y socialización.
Cada logro es una conquista del cerebro y del cuerpo, y todos juntos construyen la base de habilidades mucho más complejas: equilibrio, coordinación, atención, control emocional y lenguaje.
El control postural: la base de todo
A menudo pensamos en el movimiento solo como algo físico, pero en realidad es una función neurológica y emocional.
El control postural —la capacidad de mantener y ajustar el cuerpo frente a la gravedad— es esencial no solo para moverse, sino también para aprender, concentrarse y comunicarse.
Un cuerpo equilibrado y estable permite:
Mantener la atención durante más tiempo.
Coordinar movimientos finos (como escribir o manipular objetos).
Desarrollar el lenguaje, al mejorar la respiración y la organización del sistema nervioso.
Sentir seguridad, autonomía y confianza en el entorno.
Por eso, acompañar el movimiento natural del bebé es mucho más que permitirle moverse: es favorecer el desarrollo integral de su cerebro.
Acompañar no es adelantar
En la infancia no hay prisa.
Cada bebé tiene su ritmo, su historia y su manera de descubrir el mundo.
Acompañar el desarrollo motor significa:
Respetar sus tiempos.
Ofrecerle espacios seguros y libres para moverse.
Evitar colocarle en posturas que aún no domina por sí mismo.
Observar sin intervenir, confiando en su capacidad de aprender a través del movimiento.
El cuerpo sabe.
Solo necesita espacio, tiempo y confianza para desplegar todo su potencial.
¿En qué etapa de movimiento está tu peque ahora?
¿Qué logro reciente te ha emocionado o sorprendido?
En Movimentes nos encanta acompañar a las familias y profesionales que valoran el desarrollo desde el respeto y la observación consciente.
Porque entendemos que cada movimiento es un paso hacia la autonomía, el aprendizaje y la conexión.